La última luz
Solamente el crepúsculo
tiene la gracia y el poder
de amanecer en la ausencia
de una costumbre.
Sospecho que él nunca está lejos,
que la luna es más larga
que una palabra triste,
que la vida siempre será
un jardín de flores.
Cuesta toda la vida morir;
todo sucede
cuando la vejez no alcanza,
y el amor lo es todo
cuando lo hayamos olvidado.
Morir es un delito
cuando el tiempo no basta
para dejar un soplo de cambio.
Mis luciérnagas siguen en el bolsillo:
no me alcanzan los motivos
para quedarme nuevamente solo.
Es inútil hacer tanto
cuando en la zozobra
el enemigo se ha quedado ciego
de tanto no verte.
Temo que se ha deprimido la sombra
con la lentitud de la muerte
y esa lluvia de estrellas.
La inocencia tiembla triste,
con la sonrisa que ha dejado escapar.
El silencio está de rodillas
con cada lágrima pituitaria
que trae el sueño de poder vivir.
Los perros se han puesto románticos,
y todavía no partimos
con la soberbia de haber latido,
de ser el polvo en la lluvia
y el lodo travieso.
A pesar de todo:
nunca me olvides.
Esta vez es para siempre.
—Maquinista Mute.
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