Hace falta tener un corazón
para mirar a el alba,
con la luna flotando en el silencio.
Con el amor terco
envidioso,
explotando por un cariño perdido.
Buscando la palabra exacta
melancólica,
con la voz tan baja
queriendo susurrar tu nombre.
Huyendo de la soledad
que se refugia lentamente
en un recuerdo perdido
por tantos años distantes.
Eso es lo que más
se acerca al amor,
ese amor tan acabado
tan extinto,
tan taciturno.
Tiembla buscándote
tardío,
envuelto en un perfume
del nunca jamás.
Delirante
cómo un silbido silencioso
que se fuga en una momento
de un furtivo pensamiento.
Eso es el amor
flores oscuras,
temblorosas ante la miel
y la colmena.
Hace falta tener un corazón
para sentir el rocío de un relámpago,
deslumbrante
amanecido.
Cálido como el cielo
después de una tormenta,
quieto como el mar
que se agita desnudo
queriendo llegar a la playa.
Así es mi amor
inseguro
vulnerable e inquieto.
Amante de la circunstancia
y el ruiseñor,
atento y sereno
floreciente y triste.
Cómo una espiga de trigo
que se esfuerza
queriendo ser una flor.
Quizá con el tiempo
aprenderá a olvidar
aquel camino
qué me llevó a ti.
Flor de un cerezo
lucero fulminante,
amor tardío.
Lágrimas dulces
emotivos recuerdos,
cómo el amor de un niño.
Fantasioso y alegre
rebosante y tembloroso
profundo y querido.
Nunca frío,
apasionado
y sonriente.
No hace falta un corazón
para sentirse amado,
sólo falta un poco
de ternura y razón
para sentirse enamorado.
Eso es el amor.
Miguel Adame Vázquez.
23/06/2020.
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