Que broten las brasas de la leña encendida,
que la tierra frote el follaje
de los campos verdes.
Que tus manos vengan solas
en la madrugada de un silencio,
que tus labios tomen la miel
del agua fresca en un desierto.
Que el cielo ya no cuente las estrellas
y la marea alta
no se lleve la espuma de un recuerdo.
Lagrimas de sangre
que retuercen las palabras,
ojos asechan opinando y juzgando.
Corriente a la deriva
el amanecer quiere hablar contigo.
Ahí estaré,
susurrando en voz baja tu nombre,
cuidándote.
Reponiendo el exilio de un vacío.
Maquinista.
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