La serpiente muerde
rencores,
se arrastra cazando a su presa.
Hiede,
el veneno rocía
con la ignorancia del odio.
Se escabulle entre las piedras
que firmes ignoran
el frío que atormenta su existencia.
Dolor
le duele la felicidad de otros,
prefiere atormentar el delirio
de su existencia.
Traga su trauma
pensando que con eso
nadie verá su apariencia.
No ganará,
siempre será una serpiente
rastrera con su dignidad.
Gorrión
ese que cuesta un centavo,
el que nadie extraña.
El que nadie alimenta
y nada pesa,
vuela
puede volar.
Su canto retumba en mi pecho,
no se preocupa,
Dios lo alimenta.
Siempre lo hará,
el gorrión nunca será su presa,
vuela obtuso hacia el sol.