Transcurre la muerte
tan suave,
sin paraíso.
Con la paradoja de un poema
irrepetible,
jugando al asombro.
Suficiente,
borrando promesas
en la desventura de estar solo.
Con el mundo inconsciente
inconstante,
en un círculo roto.
Aún así florecen mis sueños,
sin tanta espina
con la lluvia apagando el fuego.
Te espero
en el asombro,
recolectando obligaciones diarias.
Doméstico,
tomando miel
con la memoria.
Emboscando mis palabras
antes que la lluvia
borre el arcoíris de una sonrisa.
Antes que mi perro
huela con su olfato
la desolación de una sábana blanca.
Todos los días
llevo conteniendo
laberintos volátiles.
En la trastienda
de un laurel
y unas cuantas rosas.
Sobreviviendo
insistiendo en los árboles frutales,
donde todo es azul, todo es verde.
Volemos cómo el reflejo
de una estrella distante,
con los pétalos de fiesta.
Con la certeza
empeñada
en ganarse un trofeo.
Intentando el milagro
de ser veraces por siempre,
ante una mirada
que se derrumba a peldaños.
Escapa
en el eterno crepúsculo de un solo duelo,
aniquilando la noche con tanto frío.
Vivimos exactos
en la fatalidad de un poema,
pretendiendo la miseria
de un grito tan mudo.
Migajas inútiles
escurridizas,
mirábamos imposibles.
Sedientos,
con los labios secos
de tantas palabras.
Que llueva,
al fin estoy en la sombra
de un canto de amor.
Maquinista Mute.
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