Recuerdos,
espectro de luz
qué sabemos desde niños.
Nacemos tan ciegos
que mezclamos las alas
con el viento y un poco de llanto.
Hemos roto la fuente de nuestra fe,
como la bruma oscura
de un alquimista.
En el crepúsculo
que adorna el caos de tu silencio,
en la desmemoria marchita de ese amor.
Como aquella bruma
que revolotea
en el asco de una mentira.
Saboreando la sed de un acantilado,
en el precipicio de las palabras
que no fueron valientes.
Como un payaso venido a menos
que ya no importa,
en la tibieza de los cielos
de una noche amarga y fría.
Como un suspiro profundo que marea,
con el coraje tan distante
que todo se olvida.
Días tenues
que descansan a mi lado,
húmedos en la resequedad
de una esperanza.
Escribiendo
en una servilleta de papel,
las letras del abecedario
que no riman.
Aferrándose a los pétalos
de una rosa que crece
entre las rocas tan asoleadas.
Terminando en un silencio incómodo,
deshojado por el brillo
de esa primera vez.
Fugando el viento
en una caricia romántica,
endurecida por la fragancia
del aroma de un arcoiris.
Distante en la risa turbulenta,
tan cegadora
en la penumbra que desfallece.
Hablando a la noche de su venganza,
sin la vergüenza de una lágrima
de un amor interno.
Estoy herido
en la blasfemia incandescente
de un frenesí irónico.
Me siento vacío
tan amargo,
en la última trinchera
de un amor que ya no crece.
Quiero atardecer en la suave brisa,
esa que se filtra en el anhelo
de la última pandemia.
En el recuerdo de esa luz
qué sabemos desde niños.
Maquinista Mute.
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