Siempre te amaré
con el grito de una estrella
que se extingue.
En el holocausto de los días
y la memoria marchita.
Te amé hasta que mi suspiro
fue una noche con fatiga.
Hasta que abatido
soñé con el exilio
de una rosa en un jarrón.
Cabalgue sin maleficios
en el fulgor
de una palabra inquieta.
Cuanto te amé,
hasta que el relámpago
lloró su furia.
Nunca me cansé
de ser un recuerdo
que atardece.
Con la furia lloré
tu ausencia,
en un frío solitario.
Nunca te olvidé,
no pude borrarme de tu nombre,
la tierra compró tus ojos.
El odio y la ceniza
se encargaron
de roer mi corazón.
La herida sangra
en la sombra de un eterno poema.
Inutil fue mi ruego hacia el cielo,
no es que Dios no escuche
a mis poemas llorar.
Los gritos de un hombre
gimen muriendo de pena.
Siempre te amé
en el espanto y la vergüenza.
No ha sido fácil perseguirte,
en el troquel de un preámbulo.
En la novela y sus rosales,
en la fábula simpática
y una sonrisa inefable.
Cuanto te amé
en el ímpetu desterrado.
Mi pecho se rompe
al ver tus labios
inmersos en su propia intemperie.
Convertidos en un violín
que solo espera.
Tan vacío de vivir
esperando a la noche
aferrarse a una cama sin fuego.
Olvidando a la guirnalda
tan pétrea,
agazapada en un rincón efímero.
No volverás,
mi boca se ha olvidado
de ese idioma.
Se ha secado con los ríos
de tantos vocablos.
Maquinista Mute.
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