Uno ve caer
las flores del jardín,
tan espontáneas
tan hojas secas.
Resignadas al miedo
de la oscuridad,
a el rencor de la tierra suelta.
Con el dolor de la muerte
iluminando a la ausencia,
asustando a las disculpas
antes de irse.
Uno extraña a un corazón contento
feliz en el deseo de lo más cotidiano,
de lo más común,
de lo más sencillo.
Somos mudos
ante la voz tambaleante,
ante la duda
en el estupor de lo que amamos.
Llevando una vida de perros,
el terrible martirio de ser víctima
o verdugo profano.
Sucediendo en el reposo y la calma,
en los pensamientos
que huyen de los sueños.
En las preocupaciones agazapadas,
en un callejón sin salida.
Tragando sapos,
sin detenernos,
queriéndonos entre nosotros
como si fueramos libres.
Buscando respuestas en los espejos,
hablando solos,
en los senderos extraviados.
Nos sentimos culpables,
absurdos,
náufragos en el delirio,
tan complices.
Destruidos,
tan de nosotros,
tan vencidos,
tan en pedazos.
Ignorando a la noche,
a el frío de un poeta,
renegados,
tan eufóricos.
Muertos
que se olvida la lluvia,
a la tasa de té,
a el ciprés que no crece.
A el sol que nada impide,
a el amor que obedece,
extrañando
a los abuelos tan abandonados.
A esa juventud
que tripula el cuerpo,
tan solos,
sin turba.
Nos hemos quedado
pospuestos,
entre la tormenta y el amor.
Entre los muertos
que no se cuentan,
acumulando los errores
de el hombre.
Desbordando el perdón
de una triste mañana,
sin la advertencia
de querer detenernos.
En la verdad
de nuestros tiempos,
en el pánico atrapado,
sin voluntad.
Uno ve caer.
Maquinista Mute.
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