Cuánto te amé indefinidamente,
hasta los ojos tristes
se cansaron de no verte.
Disfruté el exilio en la pesadumbre,
en el dolor terrenal
de una ansiedad raptora.
Insistí,
hasta que las manos sangraron
de tanto escribirte.
Fuí un loco de atar,
que amó con la certeza de la luz
y el frío de una caricia amarga.
Mi sombra galopó persistente
en el fulgor de un deudo,
llorando con furia en el recuerdo.
Fuí vacío para siempre,
con mis sueños solitarios
en una palabra de invierno.
He vendido todo
por temor a que no regreses,
he olvidado tu nombre impenetrable.
Sigo de pie
en la sustancia
de una furia que ama.
No sé si llegarán las golondrinas,
o el espacio solitario
me rodeará por siempre.
En el fondo de la oscuridad,
queda la trémula escencia
que obstinada olvida la pérdida.
Ser hombre no es sencillo,
los días continúan muriendo
con la pena de la herida caliente.
Lágrimas sucias
que lloran la pérdida,
debería darles verguenza.
Mi boca ahoga desbordante
el pálido color
de un espejo que siente.
Apretando la desnuda memoria
que aún te quiere,
cabizbajo arrinconando el crepúsculo
sigo mi marcha.
Es mí amor
que mira el horizonte,
cómo el perro abandonado en un muelle.
Mi pecho aprendió a amarla,
ahora se sumerge
en el reflejo de una Luna imponente.
En el fulgor de la intemperie
viene la noche,
será la última en la que los violines
canten por siempre.
El corazón aún tiene el otoño
entre un beso rabioso,
destella el calor indestructible
que se trae adentro soñando.
Pequeña es la muerte
que no se pronuncia,
espesa es la vida
que temblando quiere.
No pude amarte de otra forma,
poco a poco fuí negándome
ente el silencio y la mentira rota.
Cuánto te amé indefinidamente,
hasta que los ojos tristes
se cansaron de verte.
Él Mute.
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